
Querido (y un tanto extraño) papanoel…
Libros (de los buenos, no de los que llenan los escaparates de las librerías, ya sabes).
Libretas (ya sabes también).
Calcetines (de los que no se desparejan, por favor).
Musas (que a veces ando falta y por más que las conjure no aparecen).
Lo de la paz mundial veo que lo pospones un año tras otro, pero como siempre dicen… ‘por pedir que no quede’.
Alegría y fuerza a las gentes maravillosas que dedican su vida a investigar cómo curarnos de cosas horribles e incurables (y dinero también).
Que medie cierta distancia temporal cuando se me rompa algo (entiendo que lo de la vitrocerámica, el coche y el radiador en 24 horas habrá sido un despiste tuyo, ¿verdad? Espero que no vuelva a ocurrir).
Que le toque la lotería a la gente que lee (que llenará su casa de libros y hará del mundo un lugar mejor).
Que mis criaturas sigan pidiéndote montones de libros y cosas extrañas y rarísimas en la infancia como juguetes de lego o acuarelas (gracias por no caer en el recurso facilón de traerles esas cositas rectangulares y brillantes que emiten sonidos y luces y que los abducen durante horas).
Y como supongo que eres como los genios de las lámparas y hay deseos que no puedes conceder (y de amor voy sobrada), doy por hecho que no podrás curar a una de las personas que más amo en esta vida (para eso están los verdaderos duendes mágicos a los que llamamos médicos), te pido que, al menos, aprendas a ponerte bien las gafas de piscina; bajo el agua lo verás todo mucho más claro y luminoso, que es, precisamente, de lo que muchos mortales andamos faltos, de claridad y luz.