Obra Maestra

Ahora que ya casi todo el mundo ha dicho lo que tenía que decir sobre Juan Tallón y su ‘Obra maestra’, llego yo, con mi particular desfase literario, y saco de nuevo el tema a colación.
Solo dos o tres cosas (o quizá algunas más).

Primero: no caeré en el recurso facilón (y algo manido ya) de que la verdadera ‘obra maestra’ es la que ha escrito Tallón (que también).

Segundo: este libro me ha llenado el cuerpo y el estómago de preguntas, que es de lo mejor que puede uno llenarse, sobre todo cuando hablamos de un libro.

Tercero: hay autoras y autores que escriben bien, otros tantos que escriben muy bien. Luego, a años luz de estos segundos, están los que, sencillamente, hacen de la palabra algo grande, algo mágico, algo que no se parece a ninguna otra cosa. Y eso es lo más difícil, no parecerse a nadie. La voz de Edith Piaf, la pintura de Hopper, la zancada de Usain Bolt, la poesía de Szymborska, las películas de Bergman, la belleza de Marlon Brando, la elegancia de Brigitte Bardot. Son privilegiados, cada cual en lo suyo, han sido bendecidos con algo que nadie más posee, la exclusividad, la rareza, la exquisitez más insólita.
Y creo que Tallón pertenece a ese grupo de personas exquisitas. He leído todos sus libros (aunque cuando más disfruto su genialidad es con sus columnas dominicales) y en ‘Obra maestra’ Tallón despliega a borbotones ese privilegio de ser exclusivo en algo.

(Ya no sé por qué punto iba, ah sí…)

Cuarto: este libro no es un libro y ya está. Decía Levrero que hoy en día llamamos novela a cualquier cosa. Esa ‘cualquier cosa’ de la que habla Levrero supone el 80 por ciento (el 70, siendo optimistas) de lo que se publica hoy en día. Pero Tallón no juega a eso, él nos saca del libro, nos hace investigar por nuestra cuenta sobre esa obra de 38 toneladas que despareció del Reina Sofía, nos provoca la obsesion, nos empuja a ver documentales, a investigar qué hay de cierto y qué de ficción en sus palabras. Nos hace reescribir la historia que él ha escrito. Nos hace cruzar los dedos para que la obra desaparecida no aparezca nunca, nos deja inquietos, intranquilos. Nos hace leer adelante y luego hacia atrás. Porque ‘Obra maestra’ es un libro vivo, interactivo (como esas películas infantiles de Netflix en la que puedes escoger qué hará el personaje en la siguiente escena), no puedes quedarte con una sola lectura, porque es un libro sin fondo, un abismo que se nos cuela dentro, que nos traspasa.

Quinto: escribo y, por eso precisamente, me cuesta comprender cómo no ha terminado loco después de escribir este libro en el que setenta y tres personajes hablan en primera persona sobre la ‘obra’ de Richard Serra que despareció en 1990.

¿Cómo es posible, Juan Tallón, no haber caído en un coma profundo después de haber hecho lo que has hecho?

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