Brindemos

No sé a partir de qué momento puede una utilizar la palabra escritora para hablar en nombre propio.

Quizá, ¿cuando, con siete años, empiezas a escribir en tu diario de mariposas y ves que lo que escribes no es solo lo que te ha ocurrido sino lo que te gustaría que ocurriera y narras un nuevo mundo en ese cuaderno?

¿Cuando te dan un premio al mejor cuento en la escuela de primaria?

¿Cuando, con 15 años escribes un ensayo, porque tu profesora de lengua castellana te anima a escribir sobre algo que te remueva, y resulta que ese algo remueve también al jurado?

¿Cuando la frustración y la adrenalina solo saben descargar su dulce veneno sobre el papel en blanco y, luego ya sí, eres un poco más libre?

¿Cuando, ya con 33 años, recibes un premio de Bibliotecas de Barcelona por un relato sobre la violencia machista?

¿Cuando publican ese relato en una revista de considerable tirada?

¿Cuando firmas tu primer contrato editorial?

¿Cuando presentas una novela ante una sala llena de gente?

¿Cuando personas desconocidas te escriben para decirte que tu libro les ha regalado ratos de felicidad?

¿Cuándo?

¿Cuándo la palabra ‘escritora’ deja de ser inmensa?

Porque la palabra escritora pesa, al menos a mí me pesa toneladas, porque para mí tiene mucho de deseo, de anhelo, de ensoñación. Porque ha habido tantas de ellas que me han marcado la piel cual lunares, cual cicatrices, que siempre sentí que el título me iría grande, que no iba conmigo. 

Hoy es el día de las escritoras, de todas ellas, de las que se sienten escritoras y de las que no, de las del diario de mariposas y de las del premio Nobel.

Brindemos juntas, todas a la vez, por ellas, por nosotras.

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