
Decía el otro día Manuel Jabois en una de sus columnas que a partir de los cuarenta años todos los caminos son de ida. Y supongo que tiene algo de razón. A partir de los cuarenta uno empieza a saber de qué va la cosa, de qué va el camino.
Todavía no he cumplido los cuarenta. Están cerca (muy cerca). Aunque lo cierto es que no me importaría tenerlos ya. Nunca he tomado demasiado en serio a mi propia edad (no mostré especial interés cuando cumplí dieciocho ni sentí que perdía nada cuando los veintitantos eran cosa de otra vida). De hecho, la olvido constantemente y cuando me preguntan suelo dudar unos segundos antes de responder.
Como digo, todavía no tengo los cuarenta, pero creo que empiezo a comprender que la cosa no va de conseguir una mesa de quince en el mejor restaurante, sino más bien de conseguir una tan pequeña que no haya que levantar demasiado la voz para que el resto escuchen las perversidades que vas a explicar. Va de que te dé pena cambiar el sofá incómodo y cojo de tu salón porque fueron los saltos de tus hijos los que lo elevaron a ese maravilloso estatus de sofá moribundo. Va de que tengas ganas de volver a la universidad no tanto para tener tres meses de vacaciones (y nueve de cafetería) sino para escuchar lo que aquella profesora tenía que decir. Va de que te aburran los libros y las películas y las series que le gustan al resto y no te importe decirlo. Va de que también te aburra la conversación y hayas aprendido a girar la esquina sin que nadie note que te vas. Va de que empieces a mirar a tus padres con la ternura con la que se mira a un cachorro. Va de que empieces a dejar que tus hijos te miren sin poner filtro de por medio, a pesar de tu rostro pálido y la derrota sobre los hombros. Va de que sepas que en el amor ya no vale todo, pero que lo que vale es infinitamente más grande y puro que ese todo. Va de que cantes a pies juntillas la sintonía de unos dibujos animados que nunca has visto, pero que suenan de fondo cada día mientras preparas la cena, como una banda sonora que te recuerda que estás viva y que, si suena, es que la cosa no está yendo tan mal. Va de que creas que lo que estás escribiendo es un poco cursi y ñoño pero que te dé igual, porque ya casi tienes cuarenta y el otro día una chica de veinte te llamó señora. Y si te llaman señora puedes hacer lo que te dé la gana, incluso decir que tienes una ligera idea sobre de qué va la cosa, o la vida (que viene siendo lo mismo).